Por Enrike Sorzabalbere
Tarde o temprano hemos de llegar. Cuando vemos blanquear nuestro cabello y algunas funciones de nuestro cuerpo comienzan a flaquear es un punto de partida hacia esa segunda mitad de la vida. Porque así como los pétalos del cerezo caen suavemente al río para dar paso a la creación del delicioso fruto, así nos entregamos a que lo que floreció físicamente en nosotros caiga en el río de la vida y de paso a la madurez, al fruto de tantas experiencias vividas.
Invariablemente hemos de sentir el peso de lo que aconteció hasta entonces. Unos de forma mas directa con secuelas físicas, otros, la mayoría, con un zurrumurru interior que suele avivar sentimientos de culpa y frustración, que en su mayoría no se quieren reconocer. Y todos sin excepción con los condicionamientos de toda una vida de actividad condicionada, de relaciones convencionales y de aferramiento a lo que se vivió con agrado y rechazo a lo que resultó desagradable. Y la bola de lo que no se reconoció, no se resolvió y no se aceptó permanece en nosotros. Esa sombra que, en este periodo especialmente, pugna por salir, como si quisiera respuestas a aquellas situaciones de vida que quedaron sin un cierre adecuado y han permanecido en el recuerdo inconsciente.
En esta segunda mitad de la vida algunos tratan de revivir un segundo ciclo muy familiar, con un clan lleno de planes y de alegría de familia unida. Otros persiguen un bienestar de abundancia material y de no trabajo “porque bastante he hecho”. Suele ser bastante común el querer ocupar todo el tiempo como si fuera una carrera, queriendo abarcar lo que no se ha podido hacer hasta ahora. Otros muchos sentimos que la bola está ahí y va y viene…y a veces nos hace la vida difícil, cuando podría ser una etapa de conciliación con uno mismo y de más aceptación de lo que hay. Toca parar y escuchar a la vida que fluye en nosotros.
Suele ser un buen momento para descansar de lo acontecido hasta ahora y ocuparnos mas de nosotros mismos. Cuando se siente esa llamada, de no se sabe dónde, que nos dice que las cosas son mas fáciles de lo que estamos acostumbrados a vivir y comienzas a elegir lo que quieres, “hacer” o “no hacer”, estás preparado para emprender el reto de una segunda mitad de la vida que recoja tu experiencia de forma saludable, te acerque mas al “ser” y sirva también para alumbrar de alguna manera a generaciones posteriores. Es una forma de evolución.
Además se trata de vivir de una forma saludable física y mentalmente, de tal forma que cuando de verdad eliges te encuentras que puedes atenderte a ti y a los otros de una manera más plena. Y los condicionamientos siguen sucediéndose, pero puedes tener la oportunidad de identificarlos y tratar con ellos con una buena percepción y conciencia de lo real.
Personalmente la meditación ha cambiado mi vida. El poder dedicar tiempo a estar presente en mi me proporciona mucha paz y sosiego y me ayuda a equilibrar la bola de que hablaba. Y el entrenamiento de la atención plena (mindfulness) que me ha hecho profundizar en los procesos típicos y comunes a la humanidad y a darme cuenta que la mayor parte de mi sufrimiento viene de cómo me cuento lo que me ocurre más que de los hechos en si mismos.
Puedo sentir la alegría de lo que sucede en mi vida, pero no se lo que es esa felicidad que tiene mucho de plenitud. Lo que si se es que reside en mi interior porque a veces asoma dándome los buenos días de forma sencilla… y me pilla sentado.
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