Hace unas fechas, los obispos vascos publicaron una pastoral en la que se señalaba que el yoga y la meditación no son compatibles con la espiritualidad cristiana. Como cristiano numerario, ya que no he apostatado, agradezco profundamente algunos de los valores recibidos. Por ejemplo, el servicio a los demás, origen de la amabilidad, la solidaridad, el altruismo y la compasión. Otro, la fe, la confianza en la Vida y en que los seres humanos somos capaces de construir un mundo más armónico y con menos sufrimiento. Gracias a valores como estos, evolucionamos del “egocentrismo” infantil al “etnocentrismo” propio del adolescente, al “mundicentrismo” que, en el mejor de los casos, desarrolla la personalidad madura, y al “cosmocentrismo” al que acceden las personas mayores espiritualmente evolucionadas.
Sin embargo, la religión cristiana (subrayo el término religión) está estancada en una lectura literal de su relato mítico y abandonó hace mucho la dimensión espiritual que le daba sentido. Algunos estamentos eclesiásticos viven su fe añorando una mentalidad que fue revolucionaria hace 2000 años pero que hoy no se sostiene. El psiquiatra y teólogo Karl Jaspers señaló que, aquella “era axial” que vio el surgir de la mayoría de las “cosmovisiones”, muchas de las cuales se convirtieron en religiones (sistemas cerrados de creencias), significó un gran paso para la humanidad, porque se pasó de atribuir el misterio de la Conciencia a la magia (cuando deseo el mal a mi enemigo, éste enferma) a atribuírselo al mito (pensar que los superpoderes solo le pertenecen a Dios o a su representante en la tierra). Esta nueva mentalidad trajo un nuevo orden que acabó con muchas guerras y conflictos, y fue un aglutinador social que permitió el desarrollo de las sociedades y el florecimiento de la cultura hasta un punto hasta entonces desconocido.
Con el advenimiento de la Revolución Científica, esa mentalidad comenzó a desmoronarse pero, junto con las ideas mágicas y míticas, la mentalidad racional se deshizo de la Espiritualidad, que es el sentido último de la existencia, el verdadero motor de la vida humana. La Modernidad hizo mucho daño a la “religión mítica” que se fundamenta en la adhesión acrítica a unos dogmas para alcanzar la salvación.
Cuando todavía no se habían recuperado de este golpe, en los años 60, surge una nueva mentalidad que es capaz de darse cuenta de que la ciencia, en su afán de lógica, racionalidad y objetividad, había dejado de lado lo más fundamental de lo humano (como fundamento, no como valor), la experiencia del cuerpo y el valor regulador de los sentimientos. Esta mentalidad supuso la aparición de muchos movimientos de liberación, como los que reivindican la no discriminación por razón de raza, género o religión, el movimiento medioambiental, el multiculturalismo, etc. La postmodernidad, sin embargo, ha caído en el relativismo y en un igualitarismo que impide discriminar lo mejor de lo peor, y no ha dado respuestas a la “angustia existencial”.
La mentalidad mítica sostiene creencias absolutas y el que no cree en ellas será condenado y no accederá a la salvación. Para la mentalidad racional, Jesús es un maestro del Amor universal, pero admite que otros puedan encontrar la salvación por otros caminos (Concilio Vaticano II). Para la mentalidad postmoderna, Dios es mucho más que un ente, y si acaso podemos llegar a él, no es con deducciones trascendentales, argumentos ontológicos o categorías metafísicas, sino a partir del Carisma y del Amor. La comunidad cristiana, como no podía ser de otra forma, ha vivido estos cambios y, hoy en día, estos diferentes “colores” de la espiritualidad se mezclan en su seno.
Como psicólogo, veo a menudo la espiritualidad regresiva y narcisista que aparece en algunas de las expresiones de lo que se ha llamado New Age. Sin duda, es preocupante y, a veces, raya en lo patológico. Para los cristianos aquejados de este punto de vista regresivo, Jesús puede modificar milagrosamente el mundo para satisfacer mis deseos y caprichos. Así como convirtió el agua en vino y anduvo sobre las aguas, esperan de él que haga que les apruebe un examen o que les salve de su propia negligencia.
Para salir del callejón sin salida postmoderno, muchos hemos recurrido a prácticas espirituales de oriente, como son el yoga o la meditación, que revalorizan la conciencia del cuerpo y colocan los sentimientos en el lugar que les corresponde de la jerarquía cognitiva. Es cierto que estas prácticas pueden utilizarse como instrumentos de dominación sectarios, pero también como medios para la liberación de la ignorancia y del sufrimiento. No hemos cambiado de religión, sino que hemos liberado el camino espiritual de dogmas y creencias innecesarias y nos hemos dotado de herramientas para explorar y comprender el fenómeno humano, aceptando que no tenemos respuestas para el misterio de la Vida y la Conciencia.
La Iglesia católica vasca está perdiendo a los cristianos que han hecho el esfuerzo de adaptar su fe al proceso evolutivo de las mentalidades, los contextos culturales y las estructuras sociales emergentes. Aceptando solo a sus ovejas de color mítico y rechazando a las de otros colores, la jerarquía eclesiástica opta por un rebaño aborregado y monocolor.
Comparto con muchos cristianos el anhelo de inclusión de todos los colores de la espiritualidad sana. Camino con ellos hacia la integración de la espiritualidad profunda. Me uno a ellos en el esfuerzo por la unidad de la especie y la comunión de todas las especies sensibles en el único hogar que tenemos, la Tierra.
Fernando Rodríguez Bornaetxea
Doctor en Psicología
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