Tirso Mujika
Diversas religiones nos hablan del deseo como algo malo, algo que para crecer espiritualmente debe ser extinguido. Buda también señala en su segunda noble verdad el deseo y la aversión como la causa del sufrimiento humano. Es difícil imaginar la vida humana sin este componente, sin esta energía que es el deseo. Si no deseáramos o no rechazáramos estaríamos muertos.
Extinguir, eliminar supone reprimir y reprimir el deseo supone alimentarlo, hacer que crezca hasta alcanzar enormes proporciones. La extinción del deseo desde el punto de vista de la ciencia es una idea equivocada ya que siendo energía ésta no puede ser extinguida, destruida o aniquilada, sólo puede ser cambiada o transformada. Quizás, entonces, a lo que debamos aspirar es a transformar el deseo, a privarlo de la compulsividad que le acompaña, para convertirlo en una energía vital pura.
Fue precisamente el deseo y la aversión la dualidad básica que dio origen a lo que hoy conocemos como las emociones. En su día, seres tan elementales como las bacterias tuvieron que decidir si nadar hacia la derecha o hacia la izquierda, hacia arriba o hacia abajo, en busca de nutrientes o huyendo del calor o el frio, por ejemplo.
A veces entendemos que el término “emociones” se refiere sólo a diversos estados mentales que pueden surgir tales como el odio, la ira, el miedo, la alegría, la pena, la envidia , el amor…, pero no debiéramos olvidar que el deseo y la aversión están en el centro de todas ellas, en el mismo núcleo de cualquier emoción, y que por tanto como cualquier emoción pueden ser reguladas , manejadas y controladas por medio de la respiración.
Es decir, que dándonos cuenta a tiempo, un poco antes de pasar a la acción y haciendo más larga, más profunda y más suave la respiración podemos ahuyentar el deseo e ignorar la aversión, que por ignorancia precisamente nos conducen al sufrimiento. Y esto puede servir también para el más alto grado del deseo, la adicción. Ese estado en el que te encuentras profundamente mal física y mentalmente al no poder realizar un deseo.
Intentémoslo, entonces, y la próxima vez que surjan con fuerza el deseo o la aversión activemos los prefrontales, igual que activamos los riñones para levantar un peso, y alarguemos y tranquilicemos la inhalación y la exhalación , a ver qué ocurre.
Quizás las primeras veces no consigamos más que retrasar el paso a la acción, pero ya será algo. Puede que en varios intentos nos vayamos acercando a la posibilidad de lograr controlar el deseo o su opuesto, haciéndonos de esta forma, sólo por el hecho de intentarlo, cada vez un poco más libres.
Todo esto teniendo en cuenta que el deseo de querer controlar el deseo es en si mismo un deseo, con lo cual seamos conscientes de que nos movemos en los terrenos movedizos de la paradoja. Precaución, simplemente y la próxima vez que aparezca un deseo, que por experiencia sepamos que no convendría realizarlo, hagamos una pausa, relajémonos y respiremos profunda y suavemente unas cuantas veces, no perderemos nada y quizás podamos ganar mucho.
Tirso.
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